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Noticias > SI ES CARNAVAL, AGARRÁ EL POMITO Y TIRÁ AGUA

| por Alberto Chiriff

Todos hablamos del Carnaval como que fuera algo dado, universal, como si al pronunciar la palabra, todos pensaran en lo mismo. Carnaval lo hacen los pueblos. La categoría Carnaval, engloba manifestaciones occidentales y no occidentales que no fueron pensadas como «carnaval». Los occidentales le decimos «Carnaval» a todo eso que los pueblos manifiestan y que se pueden enmarcar (vía tradición cristiana) como previo a la Cuaresma. Vemos el mundo y las manifestaciones mundanas con ojos cristianos, y desde allí, nombramos.
Hay carnavales con rasgos muy definidos, diversas manifestaciones que las metemos en un paquete con etiqueta, y que se convierten en tradición y señas de identidad. Así, podemos hablar de un carnaval brasilero, un carnaval de Oruro, carnaval de Venecia, carnaval uruguayo; como si cada una de estas etiquetas no señalara un montón de diversas manifestaciones, muchas veces, inconmensurables.

El Carnaval Orejano
Pero el Carnaval es orejano, no respeta nada, y menos, fronteras políticas; no sabe de lo uruguayo o lo brasilero, traspasa ríos, une carreteras, cañadas y montañas. Y las músicas se misturan, las danzas se entreveran, los cuerpos se mueven desenfrenados sin pedir pasaporte, las coreografías se parecen, o las vemos iguales, o copias; y el bicho humano se manifiesta, expone su cuerpo en lo social, lo ofrenda a la comunidad, en rituales que aprendemos a verlos como iguales. Y después los ordenamos en estantes conceptuales y reclamamos su identidad.
Pero la estantería se sacude, se mueve, y tenemos un carnaval «uruguayo» con vertientes indígenas, europeas y africanas; que compartimos con Argentina y Brasil, pero le llamamos «uruguayo» y reclamamos la exclusividad. Reaccionamos inmunológicamente a la contaminación de lo nuestro. Esto no es uruguayo, esto sí. ¿Y si nada es uruguayo? ¿Y si lo uruguayo no es homogéneo sino diverso? ¿Es uruguayo el carnaval de Artigas? ¿Y el de Montevideo?

La confluencia de carnavales
Salto se encuentra en un lugar donde, culturalmente, confluyen varias tradiciones, y muy ricas cada una: la porteña de Montevideo y Buenos Aires, la litoraleña de las provincias cercanas, la brasileña de frontera, los vestigios indígenas, las colectividades con sus tradiciones. De esta manera, no podríamos tener un Carnaval puro, uruguayo, porque lo uruguayo, (por decirle de alguna manera), si es que tiene existencia, es diverso. Tenemos que elegir. Por querer ser como el Carnaval de Artigas o Bella Unión o Entre Ríos, fuimos perdiendo cosas: los mascaritos, las batucadas, los carros, los personajes, los asaltos, la gratuidad de los desfiles; pero ganamos otras: las escuelas de Samba, el orden, la calle pintada de blanco para la tele, la televisión, la seguridad.

¿De quién es el carnaval?
En un gobierno progresista podríamos suponer una visión más antropológica y/o sociocultural de esta fiesta y menos mercado, show, exposición. Pero todo parece que va por este último lugar. El show selecciona, exige determinadas apariencias y margina otras; cobra peaje, admite unos formatos y rechaza otros. No hay inclusión, hay selección.
¿Qué Carnaval queremos los salteños? ¿Qué tenemos, qué hay? ¿Es una fiesta popular, un negocio, una herramienta política, una obligación del calendario, un gasto? ¿Quién organiza? ¿Quién organiza qué? ¿De quién es el carnaval? Esta última pregunta es la que más me inquieta.

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